Por donde pasa el silencio Crítica
Por donde pasa el silencio
¿Cómo soy mejor hermano o hermana?
Filmada en su
mayor parte con cámara en mano, Por donde pasa el silencio (Sandra Romero, España, 2024) se adentra en las dinámicas familiares de una manera muy cercana,
casi pegada a los actores, para intentar captar el amor profundo característico
entre hermanos, que no se podría haber conseguido si se hubiera empleado otros
movimientos de cámaras. Siguiendo la estela de directoras como
Pilar Palomero o Elena López Riera, Sandra Romero regresa a su ciudad natal para hablarnos del
dilema que tienen muchos jóvenes que vuelven temporalmente de las grandes urbes,
al pueblo donde se criaron: quedarse y recuperar el tiempo con la familia o volver
a la vida que tanto les ha costado construir.
Javier tiene
una enfermedad degenerativa que lleva a que María tome la decisión de abandonar
su trabajo para dedicarse a él, un reflejo de que el peso de los cuidados
familiares siempre cae en las mujeres, sea la generación que sea, y nunca en el
hombre. Toda la cercanía que impera durante la Por donde pasa el silencio se ve rota en uno de
los últimos planos con los tres hermanos a una distancia considerable, en plano
conjunto y dominado por la ausencia de palabras. Ese silencio es la despedida
muda, y casi tensa, de los tres por motivo de una separación que tarde o
temprano llegaría, porque cada uno tiene que continuar con su propio camino.
La
presentación de Javier en el reflejo de un espejo donde se le ve acostado y
hecho un ovillo, y en el mismo encuadre está Antonio levantado y en mayor
tamaño, anuncia el contraste de personalidades entre los hermanos: Javier
arrastra un carácter refunfuñón y una actitud derrotista a causa de su
enfermedad, sin intención de cambiar su insana forma de vida; mientras que
Antonio intenta llevar lo mejor posible todos los cambios que observa desde que
llegó y no se marcha a la primera de cambio, se queda para intentar ayudar a su
hermano y hacerle cambiar de pensamiento.
Llega un
momento de Por donde pasa el silencio en que se estanca en la misma situación, se repiten en varias
ocasiones el mismo discurso entre María y Antonio sobre la cabezonería de
Javier y parece que no se desarrolla más, que da vueltas sobre el mismo asunto
llegando a generar un poco de desinterés acerca del desenlace. Aún así, Sandra
Romero consigue con su ópera prima una reflexión sobre las relaciones
familiares y la necesidad de poner límites en estos vínculos para que sean
sanos y sólidos.
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